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ANTORCHA GUADALUPANA

“Santa María de Guadalupe, Reina de México… Salva nuestra patria y conserva nuestra fe”

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LA ANTORCHA GUADALUPANA,

EXTRAORDINARIA TRADICIÓN DIGNA DE CONSERVAR

Diciembre es el mes más esperado y especial por sus tradicionales festejos. En nuestra Diócesis de Huejutla  lo es todavía más por todos los ingredientes que se han venido conjugando para  que, como es costumbre cada año, en cada familia y en cada pueblo crear los festejos guadalupanos más entusiastas  en los que se involucran miles de creyentes. Por estos días las velaciones y peregrinaciones a la virgen de Guadalupe en las principales calles de nuestros pueblos y ciudades están a su máximo esplendor, mientras que todo está  casi listo también para las carreras guadalupanas que un buen número de comunidades en nuestras parroquias organizan, para llevar  el fuego encendido, desde el Tepeyac hasta las comunidades y parroquias de  Huejutla y portando  la Antorcha Guadalupana, en la que participan sobre todo miles de jóvenes.


Y es que esta hermosa tradición se está albergando fuertemente en el corazón y en la mente de los católicos de nuestra Iglesia. Con una profunda raíz histórica se vive con inmensa alegría y latente expectativa en nuestras comunidades rurales. Es grato recordar como desde hace tantísimos años y desde niños nos llevaba el 12 de Diciembre al santuario de la virgencita a misa y justamente unos minutos antes, el pueblo entero con grande expectativa y emoción aguardaba la llegada de la Antorcha Guadalupana. Desde entonces y hasta la fecha ha sido una labor digna de respeto y reconocimiento la labor de quienes  con un amplio margen de tiempo previo, trabajan motivando y animando a cientos de jóvenes que se han de preparar física y espiritualmente para ser portadores de esta valiosa insignia, que representa la luz de la fe grandiosa de todo un pueblo y que ha de perdurar llameante siempre.


La antorcha es encendida en una misa que se celebra en la Basílica del Tepeyac, en la ciudad de México, desde el día 11 de Diciembre, y es llevada en carrera entusiasta y con la fe bien puesta en su corazón hasta su destino final.  ¡Virgen, Virgen Morena, bajo tus plantas brotó un rosal.  Rosas son de castilla más es de Anáhuac su ser vital. Al arrullo de Tú mirada cual lucero del Tepeyac  brota así mí patria  fuerte y sin igual flor hermosa de hispanidad. En pie… valor… luchar ¡ Ante la imagen excelsa de la Guadalupana se pronuncian emotivas palabras que estremecen a los participantes, arengas bien preparadas que exaltan con decisión la grandeza de tan dulce Señora, la bondad y el amor que distingue por mucho a la nación cuyo máximo signo es la Virgen Madre de Guadalupe.


Una tradición digna de conservar. Y es que este ferviente amor a la Virgen de Guadalupe encontró un terreno fértil desde el mismo principio de la Evangelización de nuestros pueblos, la aceptación gozosa del salvador y de su mensaje, creándose así una extraordinaria comunión que nos identifica a este pueblo con su fe que se manifiesta tan rica y expresiva. La experiencia del Tepeyac va actualizándose en cada  momento de la historia y en cada mexicano, en cada Hidalguense. Manifestación divina que dignifica por mucho a la mujer y que convierte al macehual en hijo y a todos nos hermana. Esta nueva fraternidad propició un crecimiento en hermandad que hoy por hoy debemos hacer valer, de manera que este germen sembrado en cada corazón por Santa María de Guadalupe, se ha venido desarrollando poco a poco, haciéndose presente en cada uno de los acontecimientos más significativos y dramáticos de nuestra historia. Ella pues, y todo su grandioso significado de fe, representa el magno acontecimiento de nuestra identidad nacional.


El 12 de diciembre, desde temprano,  es fiesta nacional. En cada pueblo y ciudad se empieza a reunir la más impresionante de todas las peregrinaciones, en un derroche de fervor. Es la peregrinación de los favorecidos, verdadero río de gente que llena de lado a lado las calles y avanza lentamente hacia el templo. Las personas  van cantando las estrofas de los cantos más sencillos que aluden a la grandeza del  amor más puro, el de una madre, la Madre del cielo.


Una tradición muy mexicana, muy nuestra que hay que valorar, que hay que vivir con intensidad, para seguir aprendiendo el mensaje que la virgencita nos da, su Hijo amado, nuestro hermano, pues Él es la Buena Nueva  que alegre nos comunica. Por eso es nuestra Reina, nuestra gran Emperatriz, nuestra dulce y abnegada Madre, que siempre está atenta a nuestra necesidad. Por eso le cantamos, le veneramos con prontitud, por eso le mostramos la antorcha encendida de nuestra fe sincera, que ilumina la esperanza cierta de saber que ella nunca nos fallará.

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